1892

Finalmente, un cuervo bajó rampante sobre la superficie del mar y una estela le manchó su panza negra. El pájaro salió volando hacia las nubes y la gota de mar condensada se desprendió de sus plumas. La partícula cayó y cayó hasta que se estrelló con la cabellera de Jack. Al sentir el frío en su nuca, se le ocurrió una idea: abrir la carta lacrada. Y eso fue lo que hizo:

Carta a mi hijo.

Hijo, cuéntales a tus hijos y a los hijos de tus hijos que la vida de nuestra familia fue desdichada, que vagamos por toda Europa, desde la colina sagrada en la bella Rumania, hasta las orillas del norte de Italia, desde los Alpes Suizos hasta la yerra España, desde la seca Marruecos hasta el fin del mundo. Cuéntales que tenías una gran familia y que fue asesinada por la Legión Negra. Cuéntales que todos los hombres y las mujeres y los hijos de los hijos de esos hombres y esas mujeres de tu estirpe fueron descuartizados. No lo olvides. Cuéntales también que anduve, por largos caminos y que te encontré a ti que llorabas al lado de las tiendas quemadas. Cuéntales que lloré cuando te alcé en mis brazos y vi tus ojos verdes cristalizarse y volverse negros por la bronca. Cuéntales que le recé a nuestro dios para que nos diera paz y El se me apareció pidiéndome que tuviera fe, que en un país lejano encontraríamos la dicha de descansar y vagar por los caminos como nuestro pueblo lo había hecho durante toda su existencia. Cuéntales que le pedí perdón porque nuestros ancestros habían ignorado a su hijo cuando sufría en la cruz. Cuéntales que El torció la boca y una lágrima cayó e inundó los mares, que tuve que agarrarte a ti y tus hermanos y ponerlos en un brazo para que pudieran salvarse. Cuéntales que vagué por todos los mares del mundo pensando en dónde podían estar y que estuve con marineros que escondían sus caras detrás de un manojo de llagas. Cuéntales que llegué a puertos desconocidos y que me emborraché hasta ya casi no saber cómo pronunciar mi nombre. Cuéntales, que trabajé en la minas de diamante de la India y que cubrí mis pulmones con carbón y durante meses escupí demonios negros. Cuéntales, que allí conocí a una mujer que me hizo feliz y me dio otros hijos que hoy viajan por el mundo sin saber de ti. Cuéntales que un día durmiendo bajo las estrellas conocí a una reina que se enamoró de mi. Cuéntales que hicimos el amor bajo la claridad lunar. Cuéntales que esa mujer era mi hermana y que tuvimos un hijo que fue sangre de nuestra sangre y que tuve que huir otra vez por los mares por la ira del esposo de mi hermana. Cuéntales que me robé una pequeña joya y que la tuve que empeñar para poder comer y seguir viajando, que estuve varado en una isla a merced de la bestias y que perdí un ojo en una feroz batalla. Cuéntales que por las noches veía las estrellas luces y cometas que dibujaban extraños nombres. Cuéntales que vi tu cara una noche de soledad en la que ya no quería saber más de la vida. Cuéntales que esa noche tu amor me hizo evitar la muerte y querer seguir respirando. Cuéntales que me rescataron y me dejaron en un barco inglés y que me incorporé al ejército. Cuéntales que luché contra las legiones negras y que un campo de Francia y una daga me atravesó el corazón. Cuéntales, hijo mió, que antes de morir de mis labios brotó tu nombre como si fuera un manantial de agua divina.

Comentarios

Andrea dijo…
Simplemente me encanta!
lala granada dijo…
contate otro duchamp

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