Detectives y espías

A cada paso los dos hombres se arman de paciencia, se levantan de su última posición, dejando una marca rápida sobre la tierra. Los pájaros mutan el cielo. La montaña los ablanda hace brotar chorros oscuros de azul en la estela que dejan mientras zurcan el cielo.

A cada paso, las manchas grises del pasto sobre el que se tiraron a descansar hasta hace un rato, se vuelven salvajes otra vez, dejan de reposar, y vuelven a combatir el viento agudo del valle. El pasto se salpica de sombra de pájaros. Mientras el sol les pica los pies, un húmedo frío anuda las rodillas de esos hombres.

Cada uno, a su manera, se despierta de ese lapsus, en el que disfrutaban el sol picando sobre el pelo. Un pájaro veloz se posa sobre una roca en un punto límite en que sus ojos pueden divisarlo. Emite un sonido. Y vuelve a surcar el cielo.

Augusto - el más, alto y espeso de los dos – su cara se le empaña de un tinte gris, gris como suelen ser esa clase de recuerdos que uno no aprendió todavía a clasificar, y están dando vueltas por todas partes.

Augusto, paso a paso dejó colar, paso a paso, retazos antiguos de lo que fue: un hombre tranquilo en una ciudad tranquila. “Un trabajo utópico inútil”, masticaba para si. Un hombre inútil. Inútil, era, que un inútil trabajo existiera en un pueblo donde todos se conocían, se decia.

Sin embargo, él, decidió adoptar esa profesión inútil. Se había enamorado de una chica a la cual dejó embarazada, Sandy, una especie de caramelito que “le daba todos los gustos”, pensaba y así creaba un nuevo orden en sus recuerdos, un espacio nuevo que hasta hace poco, un rato, estaba en otro lugar, uno mucho más oscuro y retrasado del que ahora ocupaba. Se fueron a vivir juntos y el hambre los empezó a separar. El adoptó una actitud huraña, no le hablaba y sólo se dedicaba a mirar como crecía su panza. Tenía unos dineros que le habían sobrado de una herencia: un tío al cual no había apreciado nunca. Su dinero, el de su tío, eran papeles que venían de otro mundo, una carga que lo obligaba a reflexionar sobre su situación a cada desembarazo de dinero: tengo diez, y ahora tengo ocho, se decia. Cada día, su mente se alejaba, paso a paso, hacia un lugar, desconocido , un bosque cerebral, que se condensaba más y más , hasta que ya solo parecía un árbol oscuro. Sandy, se quejaba de la indiferencia. Pero ella escasamente sabía cual era el camino por el cual transitaba, él, pensaba.

Ahora, otros pájaros lo volvieron a traer a la montaña. A cada paso los hombres se desarmaban de su paciencia insípida que creyeron dominar en un principio. Un breve silencio se interpuso entre ellos y la subida.


Charly, una persona que, cansada de si mismo, y de sus recuerdos, se somete a la marcha como si el calor abrazador de la caminata fuese ablandar ese carozo fuerte y anudado que son sus pensamientos.

Charly no escuchaba ni su respiración, quizás gracias al hecho de que no estaba respirando. En ese lapsus, recordó cuando se quiso hacer detective: Era un hombre tranquilo en una ciudad tranquila, era un trabajo inútil para un hombre inútil. Era inútil que un inútil trabajo existiera en un lugar donde todos se conocen. Respiró.

Ahora el sol los levanta: erguidos y rectos como marionetas están justo en el lugar indicado a la hora indicada.


En un punto, más lejano. Otra secuencia parecida se desarrollaba. El valle, el pasto pisado, los pájaros cortantes: la misma escena, distintos hombres. La misma escena que parecía ser la constante de la zona: una especie de metafísica airosa, despojada y poética, que se figuraba entre la geografía terrestre y la geografía mental de los que la surcaban.

A cada paso marchaban ellos desde otro lado. Se sentaron a descansar y uno se quitó el sombrero. Otro se quitó los anteojos. Pensaban a la vez “no es traje para la montaña”, estaban vestidos con grandes pilotos negros, sombreros y anteojos. Uno de ellos saca una hoja de papel, lee la nota de papel y se la traga la respiración.

Los detectives ven a los espías. A cada paso se van estudiando entre sí. Los espías los ven. Tras el ahume de sus anteojos cada rayo de sol los traspasa como la montaña los causa.

Comentarios

Entradas populares